El problema es que vemos todo como si fuera la última oportunidad, igual que si no hubiera un mañana. Y es que todos somos Trump, agarrándonos a un clavo ardiendo. Nos dijeron que había que triunfar rápido, ganar pasta a espuertas y luego disfrutar de los réditos. Y eso mola, claro. Sobre todo, cuando ves a un tío por la tele con una gachí de bandera, un buga de alucine y seguidores para reventar Instagram. Eso es justo, y mucho más, lo que ven los inmigrantes que están llegando sin parar a las Islas Canarias. Sin hatillo ni maleta de cartón, como los españoles que se buscaban la vida en Alemania. Pero provistos de un móvil, a ser posible de última generación, con el que transmitir el sueño europeo. O la pesadilla que, para muchos, incluidos los nativos, se comenzó a gestar hace tiempo.
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