Como voy teniendo tantos años como la tos, a mí, esto de la Ley de Educación, me da una profunda pereza. Y lo digo con pena, la misma con la que pronuncio la palabra España.
Y es que ahora que nos van a endilgar un Ministerio de la Verdad, ya veremos si aprovechando el empuje de la Celaá inundan las universidades de cátedras de la Mentira.
Que, mira por dónde, de tanto escuchar la dichosa palabreja por boca de los próceres del Estado, estoy más despistado que un votante de Ciudadanos.
Y no sé qué es cierto ni qué ‘fake’. Porque anda que no les mola el inglés a sus señorías. Será porque estamos en plena demolición del español.
Porque, visto lo visto, después de tanto tecnócrata, a diestro y siniestro, va a resultar que la EGB, ésa en la que te ponías perdido de tiza y en la que aprendías la surrealista alineación de los Reyes Godos, era como el pueblo de tus padres: un recuerdo de la niñez al que regresas cuando las cosas están jodidas, y donde guardas preciados recuerdos y lecciones.
Por ejemplo, que si te esfuerzas y eres honesto, nadie tendrá que hacer la vista gorda para que pases de curso.
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