Vivimos en un país de listillos donde no cabe un tonto. Por eso, habría que hacerle un monumento al gran Tony Leblanc. Y evitar, por Real Decreto, que le caguen encima las palomas.
Qué mala suerte que se marchara hace unos años, porque sería un excepcional ministro de la Verdad. Vestido como el tontaina de ‘Los tramposos’. Dándonosla con queso y colando, desde La Moncloa, noticias ‘fake’ por un tubo.
Si es que un país que hizo del timo de la estampita una obra maestra, y de los trileros unos maestros de la política, debería honrar cada 12 de octubre al Lazarillo de Tormes. Listillo y superviviente, muy propio de lo que se nos viene encima.
Ya puestos, cambiaba también las estatuas de Colón por otras con el busto de Gila. Armado con su teléfono, en plena llamada al enemigo. Pidiendo la definitiva rendición del español y que el panocho sea la nueva lengua vehicular.
Si algo me ha ratificado la desdicha del coronavirus es que somos listos de narices. De ahí que nos saltemos las prohibiciones por el arco del triunfo. Y como no tenemos bastante con que los hosteleros se vayan a la ruina, pues montamos la fiesta donde nos da la gana.
Lo dicho, sólo entramos en vereda cuando llega otro más listo. Generalmente mal encarado y con un genio de mil demonios. Entonces nos damos cuenta de que, en un campeonato de tontos, siempre nos llevaríamos la medalla de plata. Por bobos.
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