Mi abuela Carolina siempre ha sido una adelantada a su época. Por eso, cuando Lauren Bacall y Bette Davis fumaban como carreteras y bebían whisky igual que cosacas, ella fue una decidida anti tabaco. Y, oye, que no ha perdonado nunca su copita de vino tinto en las comidas.
Porque, además de visionaria, mi yaya es una transgresora. Y al que suscribe le enseñó, desde la más tierna infancia, los beneficios de una copita de vino en el almuerzo y en las cenas. Y bien que se lo agradezco.
Menos mal que, en los años setenta del siglo pasado, jugábamos a las canicas y el Madrid ganaba copas en blanco y negro.
Pero, sobre todo, no había un inquisidor en cada esquina para decirte, con un manual editado e ilustraciones a todo color, cómo tienes que educar a tus nietos.
Porque a mi abuela Carolina, fijo, la hubieran metido en el trullo.
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