Quien no tenga un cuñado sabiondo es que le falta algo en la vida. Se trata del compañero ideal para jugar al Trivial Pursuit, que siempre pilla la oferta más guay en Lidl y controla Amazon que no veas.
Venga, reconozcámoslo. Cuando se podía viajar, y no había google map, ese cuñado era la leche. Porque estando más perdidos que el barco del arroz, en mitad de un barrio alemán de nombre impronunciable, llegaba el tío, desplegaba el mapa y asunto solucionado.
Sabías que, con ese sabiondo como cicerone, nunca acababas en el fondo de un pantano. Quizás en una pensión cutre. Pero, eso sí, limpia. Y es que el sabelotodo siembre llevaba, actualizada, su guía del trotamundos.
El sabiondo, cuando no es tu cuñado, se encarna en compañero del curro. Si fuera seleccionador, a España le faltaría camiseta para ponerle estrellas de campeón. Y si lo hubiera fichado el PP, en lugar de vender su sede, habría comprado la del PSOE, la de VOX y hasta el casoplón de Galapagar.
Cuando cuñado y compañero se convierten en la misma persona, eso es la caña. Para darte a la bebida, directamente. Pero ojo, porque el colega se las sabe todas. Y, si te despistas, te deja a ti la cuenta, fijo.
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