Febrero, a ver cómo lo digo... es raro. Y sí, suele acabar loco. El caso es que este mes tiene su miga.
Por ejemplo, en febrero dejé de fumar, y conmigo la parienta. Oye, que menudo ahorro en visitas al médico. Y le dio oxígeno a nuestros siempre asfixiados bolsillos. Aunque ahora, cada trimestre, ya se encargan Hacienda y sus vampiros de dejarlos más tiesos que la mojama. Pero ésa es otra historia.
Lo mismo que noviembre me pone de mala leche, porque es como una vela, que cada día que pasa va dando menos luz, en febrero los días crecen. Y mola. Eso sí, corren que se matan, para acabar yéndose, como todo en la vida, en medio suspiro.
Febrero también es el mes en el que las niñas se helaban de frío, las pobres, en casi todos los Carnavales. Y ahora se van a quemar de tristeza porque el bicho lo está abrasando todo, incluidos sus trajes de lentejuelas.
En febrero estrené unos cuantos curros a lo largo de mi vida. Y en febrero también me echaron de otros tantos. Porque febrero es igual que ese equipo modesto que no sabe muy bien cómo encarar la Liga y vive en una montaña rusa. A lo que quiera el árbitro. Aunque éste siempre acaba pitando a favor del poderoso.
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