Mi abuela Carolina podría haberse juntado con un equipo de fútbol materno, pero sólo cuatro de sus hijos alcanzaron la adolescencia. Y hubiera podido tener su equipo de baloncesto, pero sólo tres llegaron a los treinta.Quizás, por ello, es raro ver a mi abuela con los ojos vidriosos. Le cuesta ya emocionarse a la mujer. Y también alegrarse, que no abundan las sonrisas en su rostro.Digamos que acepta todo tal cual, como viene. Y digo yo que, por eso, tiene la tensión baja. Y se sacude un lingotazo de brandy, siempre por las tardes, cuando ve que decae su ánimo.Como no tiene vicios, la copita y la bayonesa, bien cargada de cabello de ángel, son esas pequeñas licencias con las que sobrelleva esta vida de sobresaltos, de equipos de fútbol y de baloncesto partidos por la mitad.Vida de ilusiones y realidades, algunas más crudas que otras. Pero ella sigue viviendo, porque es eterna. Como todas las abuelas del mundo.
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